Comentario
CAPITULO VI
Que trata de los sucesos que acaecieron a los nuestros desde
que entraron en México hasta que, rotos y desbaratados,
volvieron a Tlaxcalla
Como nuestros españoles y los de Tlaxcalla obieron conseguido tan gran victoria y tomando Cholula, quedando [ésta en pie] por misericordia, prosiguieron su viaje a México, a donde en breves días llegaron, y el capitán Cortes fue muy bien recibido de partes del gran señor y rey Moctheuzomatzin y de todos los señores mexicanos.
Y dejando el suceso de esta tan famosa historia a los que de ellas escriben y han escrito, prosiguiendo lo que vamos tratando, digo que estando en la ciudad de México Cortés en el mayor triunfo que capitán ni príncipe del mundo pueden tener ni estar como estaba, y en la mayor cumbre que su fortuna le pudo sublimar ni pudo ponerle, vino una súbita y repentina nueva que fue de la venida y llegada de Pánfilo de Narvaez, que contra él venía y enviaba Diego Velázquez, gobernador que en aquellos tiempos era de la isla de Cuba, que le fue necesario dejar aquella alteza en que estaba e ir en persona al reparo de un gran daño y estorbo como éste para lo que llevaba comenzado y tenía entre manos, que tales son las cosas inestables de este mundo, que sin pensar viene un contrario y un desabrimiento en los mayores contentos y placeres de esta vida. Y ansí, se fue luego y salió de México para Cempohuallan, sin perder punto de lo que tanto le importaba. Y por no dejar de la mano una de las mayores empresas y más heroicas que en el mundo jamás hombre humano había ganado, dejando en México a Pedro de Alvarado, se despidió de Moctheuzoma y de los demás caciques y señores mexicanos so color de que iba a castigar ciertas gentes robadoras y corsarias que habían llegado nuevamente a hacelles mal y a toda la tierra, y que iba a poner remedio en ello.
Con este designio partió de México el animoso capitán y se vino por Tlaxcalla, donde fue muy bien recibido, y dando cuenta a sus leales amigos del negocio a que iba, le dieron copia de gente que le acompañó y fuese sirviendo. Y caminando por sus jornadas por tierra de paz y de sus amigos, llegó en breves días a Cempoala; donde con su buena industria y mañas prendió a Pánfilo de Narvaez y le quebró un ojo. Hecha esta prisión, atrajo a sí toda la gente de su compañía con dádivas y regalos que hizo, dio y prometió lo cual le aprovechó mucho, pues con esta gente hizo toda la conquista de esta tierra. Y dejando puesto orden en Cempoala con todo el recato y cuidado de gente de confianza, con la mayor prudencia y brevedad que pudo se volvió a México, que ansí convenía, porque tuvo nueva de que se habían revelado los mexicanos contra los españoles.
Llegado que fue y entrado en México, halló a los suyos cercados y encerrados en las casas de Moctheuzoma y puestos en muy grande aprieto. Y como fuese llegado, rogó a los caciques mexicanos, con grandes ruegos y amonestaciones, que aplacasen su enojo, y que él era venido a socorrellos y castigar a sus soldados aquellos que los habían enojado, porque su voluntad era tenellos por amigos y que los suyos, como hombres nuevos y de poca experiencia, habían errado y él, como lo verían, los castigaría. Mas que nunca les aprovechó cosa de lo que les dijo hasta que el propio Moctheuzoma se subió en persona a un terrado un día desde donde les mandó que aplacasen su ira, que no se pusiesen en aquello, ni se quisiesen tomar con las gentes nuevas; que los dejasen, que ellos se querían ir, volver a sus tierras.
Y tampoco bastó esto, antes como gente obstinada en su desvergüenza, se amotinaron contra su rey, llamándole de bujarrón y de poco ánimo, cobarde, con otras palabras deshonestas, vituperándole con deshonestidad. Y teniéndole en poco, le comenzaron a tirar con tiros de varas tostadas y flechas y hondas, que era la más fuerte arma de pelea que los mexicanos tenían. De suerte que le tiraron una pedrada con una honda y le dieron en la cabeza, de que vino a morir el desdichado rey, habiendo gobernado este Nuevo Mundo con la mayor prudencia y gobierno que se puede imaginar, siendo el más temido, reverenciado y adorado señor que el mundo ha habido y en su linaje, como es cosa pública y notoria en toda la máquina deste Nuevo Mundo, donde con la muerte de tan gran señor se acabaron los reyes culhuaquesmexicanos y todo su poder y mando, estando en la mayor felicidad de su monarquía. Y ansí, no hay que fiar en las cosas de esta vida sino en sólo Dios.
Muchos de los conquistadores que yo conocí afirman que estando en el artículo de la muerte pidió agua del bautismo y que fue bautizado y murió cristiano, aunque en esto hay grandes dudas y diferentes pareceres. Mas, como digo, de personas fidedignas, conquistadores de los primeros desta tierra, de quien fuimos informados, supimos que murió bautizado y cristiano, y que fueron sus padrinos del bautismo Fernando Cortés y D. Pedro de Alvarado. Este nombre de Moctheuzomatzin quiere tanto decir como "Señor regalado", tomándolo literalmente; mas en el sentido moral quiere decir "Señor sobre todos los señores" y "El mayor de todos", y "Señor muy severo y grave y hombre de coraje y sañudo, que se enoja súbitamente con liviana ocasión".
Muerto el desdichado rey, en quien tenían los nuestros puesta toda su esperanza, se procuró dar orden de salida de aquel cerco tan trabajoso, porque los bastimentos se les iban acabando y faltando, y las aguas que bebían eran de pozos salobres y hediondas, que les hacían mucho daño, y que los propios cercados habían abierto para beber. Vista su perdición y precisa necesidad tan irremediable, acordaron de salir de allí antes que pereciesen tantas gentes como allí estaban oprimidas y cercadas.
Ordenadas sus haces y escuadrones, salieron una noche. Cuando todo estaba en silencio y sosegado, y las velas durmiendo en profundo sueño, comenzaron a marchar con el mayor secreto del mundo, porque no fuesen sentidos. Fueron saliendo por la calle de Tacuba con la mejor ordenanza que pudieron, sin que fuesen sentidos. Mas al cabo lo fueron de una vieja vendedora, que estaba en aquella hora vendiendo para los caminantes y forasteros cosas de comida, que era a manera de bodegón, en el barrio de Ayotzapagres, donde están fundadas las casas que hizo Juan Cano y enfrente de las casas que labró Ortuño de Ibarra, que después fue yerno de Moctheuzomatzin, cuyas casas son hoy de Hernando de Rivadeneyra, que dejó Juan de Espinosa Salado. La cual dicha vieja, que debío de ser el demonio, comenzó a dar muy grandes voces diciendo: "¡Ea mexicanos! ¿Qué hacéis? ¿Cómo dormís tanto que se os van los dioses que tenéis encerrados? ¿Qué hacéis hombres descuidados? Mirad no se os vayan. Tomad por vosotros. Matadlos y acabadlos porque no se rehagan y vuelvan sobre vuestra ciudad con mano armada!"... Y como todo estuviese en arma, acudieron a las voces y gritos de la vieja, y salieron los mexicanos con tan gran alboroto, ira y furia, y en tan breve espacio, que parecía que el mundo se acababa. Y en un momento se hincharon las plazas y calles y azoteas de tantas gentes que no cabían unos y otros, y vello era la cosa más horrible y espantosa que se vió jamás. La vocería que a esta hora había en la ciudad de México no se puede con palabras ni por pluma encarecer, porque con la multitud de gentes, de noche y oscuras, se mataban unos a otros sin podello evitar. Y comenzaron a arremeter y dar en los nuestros tan cruelmente y con tan gran ira, ímpetu y coraje y furia que no parecían sino leones fieros y encarnizados y hambrientos, y los nuestros en defenderse, a este tiempo, haciendo lo propio en este tan gran asalto y reencuentro, que fue una de las más sangrientas peleas y batallas que jamás en el mundo se han visto, porque como fuese de noche y entre acequias, lagunas, ciénegas y pantanos, y puentes quebradas, fue un combate y rompimiento el más inevitable, que jamás ha pasado ni se ha oído, por ser los nuestros tan pocos y la gente contraria tan innumerable que no se puede imaginar. Los nuestros, por salir de tan gran aprieto y peligro, procuraron de animarse y sacar fuerzas de flaqueza, y salir defendiéndose de sus enemigos lo mejor que pudieran, cuya salida no pudo ser sin gran daño y pérdida de los nuestros, porque en la refriega murieron más de cuatrocientos y cincuenta españoles y sinnúmero de los amigos de Tlaxcalla, aunque se dice que fueron cuatro mil amigos. Mas no que a menos costa y riesgo de los mexicanos, porque experimentaron bien las manos y ánimo de los españoles, pues las acequias, calles y paso de donde habían quebrado las fuentes, quedaron llenos de cuerpos muertos, y las ciénegas y lagunas teñidas y vueltas en pura sangre.
En esta rota y desbarato de los nuestros, siempre iban prosiguiendo su viaje. Llegaron al paso donde hizo Alvarado aquel heroico y temerario hecho del salto que dio, que por ser tan grande e increíble lo pongo aquí. Ya el sol iba alto a estas horas, y los amigos, vista tan gran hazaña, quedaron maravillados y al instante que esto vieron se arrojaron por el suelo postrados por tierra, y en señal de hecho tan heroico, espantable y raro, que ellos no habían visto hacer a ningún hombre ansí, adoraron al Sol comiendo puñados de tierra y arrancado yerbas del campo, dijeron a grandes voces: "Verdaderamente que este hombre es hijo del Sol". Esta ceremonia de comer tierra a puñados y arrancar yerbas era una superstición muy usada entre los naturales cuando les sucedía algún caso que fuese de admiración, o cuando pedían a sus dioses con eficacia y demanda muy encarecida.
Ansí, en este caso se postraron por el suelo y mordieron la tierra tomándola a puñadas, echándosela a la boca, arrancaron yerbas del campo ofreciéndolas a sus ídolos, alzando los ojos al cielo y diciendo de esta manera: "¡Oh! dioses muy altos y poderosos, poseedores de los altos Nueve Cielos, hasta el más alto y supremo dellos, donde asiste aquel que es sobre todos vosotros demas dioses (que le llamaban Tloque Nauhuaque, que quiere tanto decir como si dijésemos "Aquel que todos le acompañan y es acompañado de todos los otros dioses."), a vosotros nos encomendamos para que seáis en nuestro socorro y ayuda y no nos desamparéis en nuestros trabajos, peligros y aprietos, pues tenéis poder y superioridad sobre todos los hombres. También invocamos a vos, muy claro y resplandeciente Sol Nauhollin (que quiere decir "Cuarto nombre"), y a vos, Luna, mujer hermosa y resplandeciente del claro Sol, y a vosotras, estrellas del cielo, y a los aires del día y de la noche, para que con vuestra ayuda salgamos de los grandes peligros y de este aprieto y guerra en que nos vemos, que tan injustamente se nos ha movido".
Sacamos esta oración a luz, por ciertas averiguaciones que hicimos en la ciudad de Tlaxcalla en una probanza que los herederos de D. Pedro de Alvarado hicieron por los méritos de su padre, de muy famosos capitanes que se hallaron presentes en todo el discurso de la guerra. Entre los cuales fue uno que se llamó D. Antonio Calmecahua, capitán muy famoso de Maxixcatzin, el cual se halló con Cortés en todas las ocasiones que se le ofrecieron, que hoy en día vive , según se afirma, es de edad de ciento treinta años y tiene todavía gran sujeto y razón de hombre, que de todo cuanto se le pregunta da muy buena razón y cuenta y, aunque está sordo, cuenta grandes excelencias y cosas de la venida de Cortés y demás capitanes, y de sus notables hechos. Tiénese por dichoso en haber sido bautizado y ser cristiano; llora el tiempo que fue idólatra con arrepentimiento del engaño en que vivía y vivieron sus antepasados. Lo mismo se cuenta de otro capitán muy señalado, Antonio Temazahuitzin, natural desta provincia, del pueblo de Hueyotlipan, al cual se atribuye haber librado a Cortés de un muy gran peligro en que se vio, llevándolo asido y preso los mexicanos para sacrificarlo a sus dioses. Pues andando en la pelea, cayó en una ciénega o pantano y estando encenegado le prendieron, llevándole asido para sacrificarle a sus ídolos. (También se dice que él estaba asogando ende agua una india vieja mexicana) hasta que llegó esta gente y Cristóbal de Quiñones, a quien se atribuye haberle librado deste peligro, hasta que, ansimismo llegó Cristóbal de Olea y lo mataron los indios. Llegó este capitán Temoxahuitzin con su escuadrón y le quitó y sacó de la ciénaga, que fue [en] la última guerra de México, junto a la acequia que llamaban los naturales de Tultecapan. Y ansí, con esta ayuda y socorro de este leal capitán, obo lugar de que llegase Francisco de Olea, su criado, a defendelle, y dicen que cortó las manos a los que lo llevaban asido, de una cuchillada. En esto, llegó otro español, llamado Antonio de Quiñones, y asió del brazo a Cortés y le sacó por fuerza de entre los enemigos, peleando con ellos. A este tiempo llegó uno de a caballo haciendo calle y lugar por entre la gente, al cual también mataron los indios. Entonces Cortés subió en un caballo que le trujeron, y recogiendo la gente de sus españoles, salió de aquel mal paso y gran peligro.
Gran suma de riqueza de oro y pedrería fue la que en aquella salida se perdió, la cual fue del tesoro de Moctheuzomatzin, que, como fuese muerto, mandó Cortés que la mayor parte se fundiese, porque en piezas y joyas de oro labrado hacía mucho volúmen, lo que no hacía derritiéndole y hecho en barras y ladrillos. Y ansí, se puso por obra; de modo que lo que estaba en joyas, brazaletes, patenas, bezotes y orejeras, todo se hizo fundir, sin lo que estaba en tejos y barras que era gran suma. Y al tiempo de la salida de las casas de Moctheuzoma se encargó de la mayor parte de esta riqueza a los amigos de Tlaxcalla, aunque, como está referido, se perdió, y se lograron mal. Todas estas razones son del capitán D. Antonio Calmecahua, que fue uno de los que salieron en guarda del tesoro mexicano de Moctheuzoma, muriendo sobre ello y en defensa de él la mayor parte de nuestros españoles, como murieron.
Y tornando al discurso de lo que ibamos tratando, ansí como obo pasado D. Pedro de Alvarado la puente, llevando lo mejor que pudo la retaguardia herida y sangrienta, y desventurada, él y su gente y los de Tlaxcalla fueron en seguimiento del general que iba caminando al pueblo de Tlacupa y a Teocalhincan y Tzacuhyocan, donde agora está la ermita de Nuestra Señora de los Remedios, sin poderse defender de los enemigos, continuando su viaje, marchando y peleando con gran ánimo, defendiéndose dellos hasta llegar al lugar referido, que desde aquel día quedó aquella memoria y advocación de Nuestra Señora de los Remedios, que dura hasta el día de hoy, la cual es frecuentada de muchas gentes con mucha devoción.
Llegados aquí los nuestros, tuvieron algún descanso por verse ya fuera de las lagunas y ciénagas, y de otros peligros de México; habiéndolos por aquí guiado y encaminado los de Tlaxcalla, rodeando todos los cerros y lagunas que caen fuera de la laguna mexicana, yendo hacia la parte del Norte en cuanto al sitio de México, a diez y nueve leguas de distancia de México, continuando su viaje para la provincia de Tlaxcalla, que ya era tenida como su patria, morada, y amparo y defensa del pequeño número de cristianos que habían quedado.
Llegados que fueron a los campos y llanos de Otompan, que por otro nombre llaman los Llanos de Aztaquemecan, en la cual parte salieron de refresco innumerables escuadrones de gente de guerra en gran ordenanza, de gente muy lucida y principal de la provincia de Tetzcuco, llamado aculhuaques del reino de Aculhuacan de Netzahualpitzintli, famosísimo varón, origen y principio de los reyes de Tetzcuco aculhuacanense, según más largamente lo dejamos declarado a los principios de nuestra historia. Cuya gente puso en muy grande aprieto a los nuestros, porque como venían cansados, mal heridos, destrozados y salían tantas gentes a ellos, les fue necesario llamar y recoger y hacer junta y tomar consejo de guerra. Se resolvieron que con mucha orden fuesen marchando, sin que ninguno saliese fuera de su orden hasta que el tiempo les diese a entender lo que se debía hacer, y que no acometiese nadie ni se desordenase por ninguna ocasión que obiese, ni por otra cualquier vía ni manera que fuese, a causa de que su designio era conservarse hasta rehacerse y llegar a Tlaxcalla, si pudiese ser, sin ningún reencuentro por no perder más gente de la perdida.
Finalmente, sin reparo ninguno, les fue necesario y forzoso romper esta guerra y entrar por los ejércitos de los aculhuaques, y pelear tan denodadamente como si no hubieran pasado por ningún trance ni peligro de fortuna. De manera que se trabó la guerra tan cruelmente y tan deveras que, a poco rato, se hincharon los campos de cuerpos muertos y de sangre, que parecía ser cosa increíble, donde los nuestros conocidamente entendieron ser por milagro de Dios esta victoria, pues conocidamente de nuestra parte se iba todo aflojando y perdiendo tierra por muchas veces, a la vez que, a cada momento, venían gentes y escuadrones de refresco al socorro de los aculhuacanenses, que no con poca dificultad los nuestros les resistían, y con menos esperanza de salir de entre tantos y tan crueles enemigos; porfiados y prolijos en su dura obstinación y crueldad.
Viéndose nuestro capitán Hernando Cortés en tanto aprieto y peligro de perderse él y su gente, y el notable desmayo de los nuestros, determinó entrar rompiendo, como entró por medio de un escuadrón con una lanza en la mano, alzando e hiriendo a una y otra parte a enemigos, matando y atropellando cuanto por delante hallaba, poniendo increíble espanto a sus contrarios. Y de tal manera se dio tan buena maña, ayudado de Dios Nuestro Señor y de su Santísima Madre, que llegó a lanzar al general de todo el campo [por]que rompiendo por todos los escuadrones, como está referido, lo atropelló con el caballo, dándole de lanzadas, le mató y quitó la divisa que traía, la cual los naturales llamaban Tlahuizuntlazopilli, que era de oro y de muy rica plumería. La cual presa mandó guardar y tener por una de las más estimadas empresas que había ganado, la cual dio después y presentó a Maxixcatzin, su amigo, señor de Tlaxcalla, de la cabecera de Ocotelulco, porque como cosa que había ganado por su lanza, le servía con ella.
Luego que este capitán faltó, llamado maxatlopille por la divisa que traía, cuyo propio nombre era Cihuacatzin, capitán de Teotihuacan, de un barrio que estaba bajo de Teacalco junto a Aztaquemecan. Ansímismo, alanceó Hernando Cortés en esta batalla aquel día a otro señor llamado Tochtlahuatzal, aunque no murió y vivió mucho tiempo. En estos reencuentros se halló aquella señora llamada María de Estrada, donde peleó con lanza a caballo, como si fuera uno de los más valerosos hombres del mundo, como atrás queda referido.
Quieren decir los otompanecas y dar por descargo que esta gente de guerra que salió al encuentro de los españoles no fue de intento pensado, ni de refresco a matallos, sino que acaso se celebraban unas fiestas anuales, que tenían de costumbre los indios, y que estando en ellas con gran número de gentes haciendo reseña de guerra y alarde, que acaso se hallaron en esta ocasión y que salieron al paso por ver si podían acabar con los españoles, que venían desbaratados y heridos de México, y lo pusieron ansí por obra, sin ser para ello avisados de los mexicanos. Lo cual tengo por falso descargo.
Finalmente, se desbarató el campo enemigo, desmayaron sus gentes, de suerte que en poco rato no quedó ninguno que les impidiera su camino, quedando los nuestros vencedores. Prosiguieron su camino, aunque algunos capitanes de los vencidos siempre salían a estorbar el pasaje, continuando su pelea con rabia cruel de tan gran pérdida de sus gentes, aunque no con tanta prisa que fuese parte para que pudiese impedirles el camino que llevaban... En este lugar vieron los naturales visiblemente pelear uno de un caballo blanco, no le habiendo en la compañía. E1 cual les hacía tanta ofensa que no podían en ninguna manera defenderse del ni aguardalle. Y ansí, en memoria de este milagro, pusieron en la parte que esto pasó una ermita del Apóstol Santiago, que es un pueblo pequeño que está en aquella comarca de Otompan, que los naturales le llaman Tenexalco.
Afirmaron muchos conquistadores que el caballo en que salió Hernando Cortés a este reencuentro era un rocín de arria muy bronco, que no servía más que para llevar el fardaje; y como se vio sin caballo que fuese de provecho, hizo ensillar este arriero, en el cual fue Dios Nuestro Señor servido que hiciera tantas hazañas, que parece cosa increíble cómo después salió tal y tan bueno. Por este caballo se le atribuyó toda la victoria, pues estando flaco y cansado, como lo estaba, a coces, tocados y manotadas hacía tanto daño a los contrarios que no osaban acercarse a él. De este caballo arriero se sirvió en la conquista de México y en la última guerra que se dio se lo mataron, cuando Olea le dio el suyo, como atrás dejamos tratado.
Pasados deste trance prolijo y peligroso y [de] otros grandes acaecimientos de fortuna, se fueron los nuestros por los llanos de Apam, Temalacatillan y Almoloyan, siempre peleando y resistiendo a los enemigos que a cada paso, en cada lugar y pueblo de los aculhuacanenses salían de refresco a combatirse con los nuestros, hasta que llegaron a Hueyotlipan, lugar sujeto a Tlaxcalla, a donde los nuestros fueron acogidos y recibidos con mucho aplauso y regalo, como si fuera dentro de su patria y tierra natural, donde se les dio todo lo necesario.